jueves, 28 de noviembre de 2013

MI JEFE NO ES MI LIDER                

A menudo en nuestros centros de trabajo vivimos inmersos en un clima laboral alejado de cualquier tipo de acción emprendedora. Nuestro supervisor o coordinador se encuentra al margen de quiénes somos e ignora las capacidades que albergamos de forma interna. En 1895 un hombre que trabajaba de comercial recibió un consejo, a modo de incentivo, del que era su jefe “si quieres hacerte rico, inventa un objeto desechable que la gente consuma una y otra vez”. El empleado,  motivado por la sugerencia,  ideó lo que le daría fortuna y crearía una de las empresas más exitosas después de más de cien años. Se llamaba King C. Gillette.
El jefe no necesariamente es el líder del proyecto ni el botón de arranque, es más, suele ser el censor que opaca la libertad del que siempre tiene algo que proponer. En estos casos se produce una inercia que no avanza hacia ningún sitio sino que te moviliza como peón dentro del tablero de la empresa. Vas muy lento y unidireccionalmente y, casi siempre, eres el sacrificado en pos de proyectos reales y que no suelen contar contigo.
Urgen directores, gerentes o administradores con sangre de líder y mente constructiva. Aquellos que ocupan los puestos de mando obligatoriamente deben convertirse en estimuladores de actividades. Es imprescindible que posean un conocimiento del grupo humano que manejan y  no se encarguen de dirigirlo sino de guiarlo tomando ellos mismos  la iniciativa para hacer algo nuevo o dejar la inquietud en el empleado.
El liderazgo  es, sin duda, una capacidad innata que se posee y, al igual que los oradores de la Roma Clásica conlleva un  tanto por ciento de persuasión y seducción. El líder influye en la forma de ser de los subalternos imbuyéndoles sobre todo entusiasmo para el logro de metas y objetivos. El entusiasmo es un sustantivo que proviene etimológicamente del griego y significa “posesión divina” e implicaba la idea de un dios que entraba en nosotros y nos utilizaba para manifestarse. Sin llevarlo a connotaciones metafísicas, el líder, disfrazado o no de jefe, sí tiene que actuar como motor, ser el gran “ilusionista” que nos envuelva con sus artes para llevarnos a otro nivel de productividad.
En cuestiones empresariales, la producción y la productividad parecen ir de la mano, pero nada más alejado de la realidad. Nuestra producción horaria, vigilada y estipulada, se rige por criterios organizacionales, pero la productividad sólo la mediremos penalizándola o premiándola, en el mejor de los casos, con una subida salarial.
La productividad es fisiológicamente afectiva, obedece a estímulos de confianza y necesita transfusiones de innovación. Mi jefe me dice “vaya”, mi líder me alienta con un “vayamos”.


                                              Lcdo.  ANTONIO MARTÍN SORO.

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